Hace ya años tuve la fortuna de conocer a una de las
criaturas más fantásticas que Dios y la naturaleza nos puede regalar, una
Nínfula.
Apareció en mi vida de la manera más natural e inesperada,
había un motivo común que nos hacía vernos cada día, lo cual nos aportó una
amistad inmediata, pero desde el primer momento sentí una fuerza magnética que
alteraba todos mis sistemas, con ese deslumbrante brillo seductor, con cada
palabra, cada movimiento perfectamente orquestado por la facultad de la
naturaleza, cada mirada, dirigida hacia mí con la precisión de un rayo laser y
hacia un único punto vital, desestimando cualquier otro periférico.
Rompió toda mi estabilidad, mis cimientos, quedé sometido a
todos esos encantos que la naturaleza le había concedido de manera divina; sin
duda fue una de las elegidas.
Una noche, al poco tiempo y de manera "casual",
nos encontramos en un lugar donde fue posible el acercamiento íntimo, de inmediato
sabíamos lo que pasaría, podía sentirlo con seguridad, invadía ese pequeño
ambiente que había entre los dos.
A los muy poco
minutos de mantener unas palabras de alegría por nuestro "casual
“encuentro, ella, sin dilaciones y con total
seguridad sobre sus intenciones, y aceptación por mi parte, me planteó un
diseño para esa noche, es decir, una copa en un agradable lugar y después irnos
juntos a su casa, donde pasaríamos la noche, ya que esa noche,
"casualmente", tanto sus circunstancias como las mías nos lo permitían.
Aquello, no duró más de tres cuantiosos y sublimes encuentros,
del mismo modo que lo habría hecho cualquier Ángel de la guarda, que tiene que
continuar su camino para seguir visitando a otros necesitados, no pudiéndose
mantener por más tiempo en el mismo lugar ni con la misma persona, empleando en
ella solo en tiempo necesario, y con ello ampliar sus misiones de ayuda en la
tierra.
Posiblemente ella,
por ser una Nínfula, ya en edad adulta, sabía que no podía permanecer por más tiempo
junto a mí, porque habría sido letal, como una sobredosis de cualquier potente fármaco.
Durante nuestros encuentros, que transcurrieron en no más de
dos o tres semanas, viví unos días apoteósicos y perturbadores, al borde de
perder la razón, sabía que sus encantos no solo podía verlos yo, ya que eran
radiantes y luminosos; apareció en mi ese sentimiento agridulce que produce la
mezcla del amor y los celos, sentía como me destrozaba cada minuto del día,
como quien se ve abocado a soportar una tortura física que se hace
interminable.
No entendí entonces, que una Ninfula, al igual que un Ángel
de la guarda, no es propiedad ni objeto de nadie, sino un regalo divino, llegado
del cosmos con fines colectivos, alguien
con la suficiente, o más bien, portentosa generosidad, como para repartirse de
la mejor manera posible, ofreciendo a cada uno de sus necesitados lo mejor de
ella misma.
Quizás ni tan siquiera era consciente de su influencia sobre
mí, quizás ni de su gran poder, ya que era un poder natural, y no un poder
aprendido, un poder que se ejerce sin proponérselo, no es un sistema aplicado
con éxito con el cual sentirse triunfadora, simplemente era un poder concedido
por Dios y traído a este mundo por ella, solo para premiar a algunos
afortunados, (yo fui uno de ellos) por lo que doy gracias a esa fuerza divina.
Nunca la olvidaré, nunca olvidaré aquellas noches de verano, bajo aquella tenue
luz y el lento movimiento de las grandes
aspas de aquel ventilador, colgado sobre nuestros cuerpos, nunca olvidaré su
generosidad para conmigo, esas cosas pasan y difícilmente se repiten, pero esta
siempre permaneció y permanecerá conmigo.