Solo el navegante puede llegar a sentir el mayor de los
niveles de paz y libertad, esa sensación de sentirse a salvo de cualquier
amenaza de esta sociedad, lejos del alcance de cualquier mal intencionado
disparo o agresividad, lejos del alcance de cualquier malévola mirada, lejos
del alcance de cualquier molesto sonido.
La navegación y la travesía, lugar y tiempo donde se alcanza
el poder absoluto sobre uno mismo, salvo con el elegido compañero de
negociaciones, el mar.
Pero el mar no te molesta, él nunca pide más de lo que es
legítimo y natural, una condición fácil de aceptar, sencilla, justa, honesta.
La navegación y las velas, el mayor de los encuentros donde
todo acontece según las reglas de la naturaleza, el viento y el mar, con el
barco y el marinero, al unísono, como un auténtico centauro.
A veces, el nivel de exigencia del mar es demasiado alto, un
mar bravío, de grandes olas, agua sobre la cubierta, paredes de mar a babor y a
estribor, una proa que enfila al cielo, para rápidamente caer y enfilar hacía
el fondo del mar..... Pero es ese momento en el que el marinero llega a su
máximo esplendor, a la mejor y más brillante de sus negociaciones, tratando de
superar todos sus obstáculos, son momentos difíciles, sí, pero apasionantes. Y
cuando vuelve la calma, o se regresa a puerto, sabes que no le has vencido,
pero sabes algo aun mejor, ¡Has compartido su grandeza!
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